Una mitilicultora testaruda
Amélie Dennebouy desafía los estereotipos de género perseverando en la cría de mejillones en Pénestin, Francia
"No contratamos mujeres!” Imposible contar las veces que Amélie Dennebouy, trabajadora de la acuicultura del mejillón, habrá oído esta frase desde que empezó a trabajar en el sector con 17 años de edad. “Hace diez años me di cuenta de que siendo mujer me iba a ser difícil encontrar trabajo en la parte productiva de la cría del mejillón”, comenta.
Le vienen a la mente miles de anécdotas: empresarios que se reían en su cara cuando presentaba su solicitud de empleo en las bateas, recomendándole que lo buscase más bien en las oficinas, o los comentarios groseros.
“Llevo ya cuatro años intentando meterme en las explotaciones de vieiras. Tengo cartas de recomendación de tres empresas, que no me sirven para nada. Mis antiguos jefes están decepcionados, ahora empiezan a entender mi situación”.
Amélie Dennebouy no se desanima. Muy al contrario, los escollos con que tropieza refuerzan su determinación por hacer lo que le gusta. Todo empezó cuando estaba en el instituto. Su padre trabajaba para Veolia, una multinacional francesa. Su madre era
Una mitilicultora testaruda
Amélie Dennebouy desafía los estereotipos de género perseverando en la cría de mejillones en Pénestin, Francia
"No contratamos mujeres!” Imposible contar las veces que Amélie Dennebouy, trabajadora de la acuicultura del mejillón, habrá oído esta frase desde que empezó a trabajar en el sector con 17 años de edad. “Hace diez años me di cuenta de que siendo mujer me iba a ser difícil encontrar trabajo en la parte productiva de la cría del mejillón”, comenta.
Le vienen a la mente miles de anécdotas: empresarios que se reían en su cara cuando presentaba su solicitud de empleo en las bateas, recomendándole que lo buscase más bien en las oficinas, o los comentarios groseros.
“Llevo ya cuatro años intentando meterme en las explotaciones de vieiras. Tengo cartas de recomendación de tres empresas, que no me sirven para nada. Mis antiguos jefes están decepcionados, ahora empiezan a entender mi situación”.
Amélie Dennebouy no se desanima. Muy al contrario, los escollos con que tropieza refuerzan su determinación por hacer lo que le gusta. Todo empezó cuando estaba en el instituto. Su padre trabajaba para Veolia, una multinacional francesa. Su madre era trabajadora social. En su adolescencia iba al colegio en Le Mans y pasaba sus vacaciones en la costa de Normandía.
Entonces decidió estudiar acuicultura marina y sacarse un título de formación profesional, cosa que hizo en Guérande, en la costa de Bretaña, a 25 kilómetros de Pénestin. Prosiguió su formación con un título técnico superior que exigía varios períodos de prácticas profesionales. Buscaba empresas pequeñas, pero solo las grandes la admitían. A fin de ampliar su perspectiva sobre el sector, se preocupó de moverse por sitios diferentes, entre las regiones de Normandía y Vendée.
Se puso a observar las técnicas utilizadas, los equipos, diferentes en cada sector y en cada empresa. Descubrió máquinas capaces de rellenar automáticamente las redes tubulares donde se coloca la semilla de mejillón. “Es una pérdida de tiempo hacerlo todo a mano”, comenta. “Convencí a una de mis jefas a comprar una de esas máquinas, y aun hoy está encantada”.
Amélie siguió añadiendo cualificaciones profesionales a su currículo: diploma de buceo, de patrón de embarcaciones para la maricultura (nivel 1), capitán de embarcaciones de pesca artesanal, y hasta una licencia para las angulas. Se preocupó por estar presente en todas las fases de la producción de mejillón, incluida la comercialización.
En 2016, Amélie decidió instalarse en Pénestin, en Bretaña. Estuvo buscando un contrato indefinido, pero tuvo que conformarse con uno temporal. Pero un día un criador de mejillón de la zona, Yvan Bizeul, le dijo que iba a vender su empresa. Llegaron a un acuerdo y para lograr una transición fluida acordaron trabajar juntos durante tres años. A pesar de la firma del acuerdo, las dudas persistían. Según cuenta Amélie,”como no soy hija de nadie importante, ni nacida en Pénestin, me decían que no podría aguantar, y que tendría que contratar a alguien que se encargase de la producción”. Tampoco fue fácil convencer al banco de que una mujer podría hacer funcionar la empresa, incluida la producción del mejillón…
Amélie ya ha pasado su primera temporada de siembra, en la que ella misma se encargó de fijar la semilla en los soportes. “Es mucha presión”, afirma, “aunque creo que la gente me apoya bastante”. Pero, continúa con ironía, “ahora que el negocio está en marcha, me han llegado varias ofertas de contrato indefinido”.
Este artículo se publicó originalmente en Cultures Marines (Culturas marinas), núm. 336, de mayo de 2020 bajo el título Une mytilicultrice à la tête dure (Una mitilicultora testaruda) por Julie Lallouët-Geffroy, https://www.infomer.fr/cultures_marines/cultures_marines.php