Impresiones / PESCADORES NÓRDICOS
El hombre y el mar
Como demuestra el retrato de dos pescadores nórdicos, la relación de los pescadores con el mar puede ser muy diversa
Prema Nair (p_n_@rediffmail.com), investigadora independiente afincada en Trivandrum (India) es la autora de este artículo. Las ilustraciones son de obra de Gunnar Album (album@online.no)
¡Qué va! dijo el niño. Hay muchos buenos pescadores y algún que otro gran pescador; pero como usted, ninguno. (Manolín en El Viejo y el Mar).
Fue en agosto cuando llegué al norte de Noruega, a un pequeño pueblo donde había más barcos, árboles, peces, aves, vacas, alces y ovejas que personas. Un pueblo llamado Leines, rodeado de aguas límpidas y azules. En el fiordo de Leine el mar brilla con una belleza propia. El océano se extiende formando una superficie azul, ondulada, infinita y yace en armoniosa proximidad con las otras maravillas de la naturaleza. Es difícil encontrar un paisaje con una simetría tan perfecta entre el mar, las montañas y el cielo...
La vista se desliza lentamente por la luminosa superficie de las aguas azules y finalmente llega a un tapiz de tonalidades desiguales, marrones y verdes. Las montañas en Leines se ciernen con una cierta arrogancia desde su majestuosa grandeza y...
Impresiones / PESCADORES NÓRDICOS
El hombre y el mar
Como demuestra el retrato de dos pescadores nórdicos, la relación de los pescadores con el mar puede ser muy diversa
Prema Nair (p_n_@rediffmail.com), investigadora independiente afincada en Trivandrum (India) es la autora de este artículo. Las ilustraciones son de obra de Gunnar Album (album@online.no)
¡Qué va! dijo el niño. Hay muchos buenos pescadores y algún que otro gran pescador; pero como usted, ninguno. (Manolín en El Viejo y el Mar).
Fue en agosto cuando llegué al norte de Noruega, a un pequeño pueblo donde había más barcos, árboles, peces, aves, vacas, alces y ovejas que personas. Un pueblo llamado Leines, rodeado de aguas límpidas y azules. En el fiordo de Leine el mar brilla con una belleza propia. El océano se extiende formando una superficie azul, ondulada, infinita y yace en armoniosa proximidad con las otras maravillas de la naturaleza. Es difícil encontrar un paisaje con una simetría tan perfecta entre el mar, las montañas y el cielo...
La vista se desliza lentamente por la luminosa superficie de las aguas azules y finalmente llega a un tapiz de tonalidades desiguales, marrones y verdes. Las montañas en Leines se ciernen con una cierta arrogancia desde su majestuosa grandeza y su belleza pugna con la del mar por atraerse la mirada del visitante. Incluso parece que compitan entre sí para desplegar sus colores ante el ojo humano. Allí donde el mar luce diferentes tonos de azul, las montañas lo desafían con sus marrones salpicados de verde.
Sorprendentemente y por fortuna esta enorme y majestuosa belleza resulta acogedora. Entre las aguas del mar y la tierra de las montañas se incrusta otro azul infinito: el cielo con su palestra siempre cambiante de azules. La hora del día y los caprichos del tiempo pueden leerse en los colores del cielo. Es como si el mar lavara las sábanas y las colgara para que todos las vieran, en frescos tonos azulados.
El paisaje continúa manifestándose ante los ojos del espectador como un espectáculo permanente de la naturaleza. Uno se pregunta cómo es posible pescar privar de vida en este entorno tan prístino.
Ésta es precisamente la ocupación de Torfinn Pettersen. Torfinn pesca. Una circunstancia para él natural: «Es como me gano el pan», afirma. Y cuando lo dice deja entrever su humildad y permite adivinar que algo más que el pan lo empuja a salir al mar.
Torfinn es alto y su cuerpo tiene el aire distante que puede percibirse en los modelos masculinos. Sin embargo, ni mucho menos «exhibe» su cuerpo. Me costó un gran trabajo conseguir que permaneciera unos cuantos minutos, de pie o sentado, sin hacer otra cosa que hablar conmigo. Cuando se está quieto destila una sensación de seguridad y de cómoda aceptación de su delgado y ágil cuerpo.
Torfinn es el hijo de un granjero para quien la llamada del mar resultó irresistible. La satisfizo a una edad muy temprana. Cuando era niño pescaba con frecuencia en el mar e incluso en ríos. Es un pescador que se identifica plenamente con su imagen.
«Es larga, grande y pesada», dice Torfinn señalando la palometa que acaba de pescar. «¡Tras izarla le he dado un abrazo!», añade. Sus ojos se iluminan siempre que habla sobre el pescado que ha capturado, especialmente si se trata de palometa. Una captura de primera categoría.
Enormes capturas
Nos encontramos en el puerto y la palometa que abraza es realmente descomunal: pesa 175 kg. Por la noche me entero de que Torfinn ha superado todas sus marcas y que está a punto de marcar un récord que hará historia. En el pequeño puerto está oscuro como boca de lobo, las mansas aguas tienen un aspecto solemne y nos preguntamos dónde debe estar el Spant, el pesquero de Torfinn... hasta que vemos sus luces brillar y oímos cómo se acerca silenciosamente al muelle.
En este momento tan importante de la vida de Torfinn, en el muelle reina un oportuno silencio. No hay ningún otro pesquero que pueda restar grandeza a la ocasión, a la noche. Son las doce y el resto del pueblo duerme. Cuando Torfinn amarra, parece un niño que se regocija con su secreto. Por detrás de su figura suena una música, es su radio. Torfinn dice que la música es su única compañera en las vastas y silenciosas superficies marinas.
La línea se alzaba lenta y continuadamente. Luego la superficie del mar se combó delante del bote y salió el pez. Surgió interminablemente y manaba agua por sus costados. (El Viejo y el Mar).
Torfinn afirma que, cuando en el mar va detrás de un buen ejemplar, se emociona al verlo emerger, grande, a punto de irrumpir en la superficie...Cuando hablo con él me doy cuenta de que el mar es su hogar. Me habla de pequeñas salidas a pescar; pero se ve que lo que prefiere es pasarse todo el tiempo embarcado.
Este apego al mar hace que la figura de Torfinn contraste con la del otro hombre del mar nórdico que conocí, Vegard Rye Carlsen, constructor de barcos. Vegard es muy calmado, casi se podría decir que imperturbable y muy diferente a las aguas turbulentas del mar del Norte en las que navegan los barcos que construye.
Lo conocí en la cocina de su casa mientras hacía una tarea muy doméstica: guisar. Lo observé mientras trabajaba, de forma muy metódica. Sus maneras y movimientos tenían poco que ver con la naturaleza salvaje del mar o la brusquedad de las olas. Su actitud era siempre calmada.
«El Narayana nos salvó, nunca nos ha defraudado». Hay orgullo y satisfacción contenida en la voz de Vegard cuando habla de su larga travesía en su barco Narayana. Parece un hombre muy cuerdo y práctico, incluso cuando relata su largo viaje; una actitud que podría antojarse incompatible con la felicidad que le debió producir esa experiencia. La relación pragmática de Vergard Rye Carlsen con el hoy y el ahora lo hace muy especial. ¿Por qué bautizó su barco con el nombre de Narayana?, le pregunto. Me responde que ya se llamaba así cuando lo compró en Trinidad. «Lo miré y compré al mismo tiempo».
Gran recepción
La primera vez que Vegard alcanzó la costa de Leines a bordo de su Narayana vivió algunos momentos de zozobra. El viento se negaba a soplar y tuvo que llamar a otros dos barcos para que le ayudaran. Según Vegard, su recepción confirmó que el suyo no fue un viaje normal. Había recorrido un largo trecho. El descanso y la alegría de llegar a casa eran tan naturales como las flores que adornaban el cabello de pequeñas niñas vestidas de domingo y que aquella noche daban la bienvenida a la tripulación del Narayana.
Me pregunto si el contraste que el mar ofrece a estos hombres les brinda la posibilidad de poner a prueba su virilidad y de encontrar su sitio en medio de sus inmensas llanuras; como si se pusieran una segunda piel.
Es como si salieran al mar para entrar en su otro «yo», como si se rindieran al voyerismo que llevan dentro y lo pudieran satisfacer en aguas que yacen en la eternidad. Cuando pisan tierra vuelven a las tareas domésticas cotidianas; de ahí su necesidad de escaparse. El mar les ofrece el envoltorio perfecto a sus personalidades civilizadas y controladas, a su milimetrada vida civil en tierra.
Cuando miro a Torfinn y a Vegard veo a dos hombres ligados al mar de formas distintas. Torfinn necesita el mar para vivir y Vegard, a quien le encanta meter todo su mundo «en una mochila a la espalda», disfruta midiendo las fuerzas de sus barcos con la potencia del mar. Aun así, tienen mucho en común: su solidez; la aceptación sin problemas de su destino; la confianza que emana de un vínculo orgánico con el mar y la naturaleza, y su sentido práctico. No romantizan la imagen del mar ni se lo llevan dentro de las paredes de su casa. Es como si se conformaran con tener unos límites bien definidos, dos mundos separados uno en la tierra y el otro, en el mar, cuya fusión carecería de sentido.
Con todo, queda la aventura, el peligro y la excitación que impregnan tareas banales y cotidianas. Pienso que Torfinn es quien mejor refleja esta idea: se estremece de alegría cuando vuelve al puerto con la captura. Cuando está en tierra sólo piensa en volver a salir... todo son prisas por volver al mar.
Luego el pez cobró vida con la muerte en sus entrañas y se levantó del agua exhibiendo toda su gran longitud y anchura y todo su poder y su belleza.
(El Viejo y el Mar).