Nigeria / COVID-19
Un duro golpe
Las medidas tomadas para atajar la COVID-19, más que la pandemia en sí, han asestado un duro golpe a los pescadores de pequeña escala de Nigeria
Los autores de este artículo son Kafayat Fakoya (kafayat.fakoya@lasu.edu.ng), profesor Lecturer y Shehu Latunji Akintola (shehu.akintola2@gmail.com), catedrático del Departamento de Pesca, Facultad de Ciencias de la Universidad del Estado de Lagos, Nigeria
La pandemia de COVID-19 ha trastornado todas las facetas de la vida en los países afectados, y la pesca en pequeña escala (PPE) de Nigeria no constituye excepción. La pandemia ha golpeado a los pequeños pescadores del país de forma directa e indirecta. Los pequeños operadores son el grueso del sector pesquero de Nigeria. Representan el 70% de la producción pesquera nacional, y constituyen el medio de subsistencia de millones de personas de mil maneras diferentes: lógicamente, la seguridad alimentaria y la económica del país depende enormemente de las especies locales de pescado. La PPE ofrece una rica fuente accesible y barata de proteínas y micronutrientes esenciales a la población rural. Su impacto social, económico y cultural es inmenso.
Y a pesar de todo, las comunidades pesqueras sufren de marginación social,...
Nigeria / COVID-19
Un duro golpe
Las medidas tomadas para atajar la COVID-19, más que la pandemia en sí, han asestado un duro golpe a los pescadores de pequeña escala de Nigeria
Los autores de este artículo son Kafayat Fakoya (kafayat.fakoya@lasu.edu.ng), profesor Lecturer y Shehu Latunji Akintola (shehu.akintola2@gmail.com), catedrático del Departamento de Pesca, Facultad de Ciencias de la Universidad del Estado de Lagos, Nigeria
La pandemia de COVID-19 ha trastornado todas las facetas de la vida en los países afectados, y la pesca en pequeña escala (PPE) de Nigeria no constituye excepción. La pandemia ha golpeado a los pequeños pescadores del país de forma directa e indirecta. Los pequeños operadores son el grueso del sector pesquero de Nigeria. Representan el 70% de la producción pesquera nacional, y constituyen el medio de subsistencia de millones de personas de mil maneras diferentes: lógicamente, la seguridad alimentaria y la económica del país depende enormemente de las especies locales de pescado. La PPE ofrece una rica fuente accesible y barata de proteínas y micronutrientes esenciales a la población rural. Su impacto social, económico y cultural es inmenso.
Y a pesar de todo, las comunidades pesqueras sufren de marginación social, económica y política. No es difícil encontrar razones. La aportación de la PPE al producto interior bruto (PIB) queda oscurecida por la escasez de datos ambientales, sociales y económicos del sector. Consecuentemente, las autoridades rara vez entienden al sector de PPE y su valor en la economía nacional se subestima enormemente.
La economía informal de Nigeria, al igual que en muchos otros países en desarrollo, ha padecido mucho con la COVID-19. Si el bajo número de casos y muertes, comparado con los países en desarrollo, permite cierto alivio, la dura realidad de unos sistemas sanitarios frágiles suscita graves preocupaciones en cuanto a su capacidad para lidiar con un pico de infecciones. Para frenar el avance inminente de la pandemia, el gobierno de Nigeria anunció un confinamiento de dos semanas el día 30 de marzo; al final se prolongó hasta cinco semanas en Abuya, la capital administrativa, Lagos, la capital económica, y el estado adyacente de Ogun. Estas son las zonas con mayor incidencia de COVID-19 del país, y las más vulnerables ante una infección localizada.
Se tomaron otras medidas de emergencia, como el cierre de aeropuertos para vuelos tanto nacionales como internacionales, la prohibición de los desplazamientos entre estados, las reuniones sociales y las actividades no esenciales y de ocio. Algunos estados adoptaron confinamientos parciales o totales. Como corolario de las medidas de emergencia, el pescado y los productos de pescado se incluyeron en la lista de productos esenciales. El transporte de alimentos y productos agrícolas, incluidos los de la pesca, está permitido. También estaba autorizado el funcionamiento de los mercados de productos esenciales varias horas al día, varios días a la semana.
Sin embargo, la repercusión más grave sobre la seguridad alimentaria y sobre los medios de subsistencia de las comunidades pesqueras no deriva de la pandemia en sí sino del confinamiento absoluto. Su impacto sobre el sustento y el bienestar de las familias vulnerables y las economías locales que dependen de la pesca local tiene un largo alcance. Las actuales desigualdades económicas y sociales corren riesgo inminente de agudizarse, agravando la marginación de las personas vulnerables.
Una situación dramática
Pa Moses y Ashade, un destacado pescador de Badagry, en Lagos, explica la dramática situación del sector. Este septuagenario lleva décadas pescando en las marismas, llegando a veces hasta el mar abierto de la costa nigeriana. Ha sido además tesorero de la Cooperativa de Pescadores del Estado de Lagos. No puede ocultar su frustración por “lo poco que se reconoce la importancia del sector y la preferencia que se da a la pesca y la acuicultura industriales”. Comenta que la PPE “tiene una función vital en el sistema alimentario de la nación, permitiendo que la gente corriente pueda comprar pescado a precios asequibles, que el mercado industrial no puede ofrecerles”.
En su opinión a los pescadores y a las cooperativas de pesca les falta capacidad organizativa. La ausencia de un liderazgo fuerte como para articular una organización representativa de la PPE a escala nacional priva al sector de voz y de autoridad para reclamar políticas favorables. Pa Moses también aboga por la presencia de una federación o plataforma que incluya a los pescadores, los acuicultores y otras partes interesadas, sosteniendo que la contribución del sector PPE no está reconocida.
Temi, después de graduarse en la universidad, vio una oportunidad de prosperar en la cadena de suministro de pescado ahumado. Ayuda a su madre, Ganiat Olorode, que se dedica a vender y transformar pescado en la albufera de Ikosi-Agbowa, en Lagos. La señora Olorode es propietaria de nada menos que cinco piraguas de pesca y tiene trabajando para ella a cuatro pescadores permanentes y varios más eventuales. Al compartir su experiencia, Temi confiesa que la pandemia global ha repercutido en la pesca de manera inaudita. “El confinamiento y el distanciamiento social suponen un duro golpe para las comunidades, por alterar las cadenas de suministro del pescado y de los insumos para la actividad. Costaba encontrar suministros de materiales para fabricar redes, o piezas de recambio, así que los precios se dispararon”, cuenta.
Los pescadores y transformadores de pescado de pequeña escala siguen trabajando, pero con menos ingresos y menos beneficios, ya que han perdido clientela. Según declara Temi, “hay pocos pescadores que sigan trabajando, así que las mujeres, que se dedican más a la transformación, tienen poca oferta de pescado para ahumar o secar y vender”. El confinamiento y las restricciones a la circulación también impiden a los clientes llegar hasta los vendedores. Ni los pescadores ni los transformadores pueden almacenar sus productos a largo plazo y dependen de los comerciantes que vienen de lejos. “Los únicos clientes accesibles a las comunidades pesqueras son las mujeres de la vecindad más inmediata o de comunidades próximas”, afirma. En los mercados urbanos, los compradores adquirían el pescado a precios relativamente altos a los pescadores en los sitios de desembarco. Algunos productos, como los cangrejos o el bagre, se vendían mucho al principio del confinamiento por ser de temporada.
Las mujeres de la cadena de valor de PPE practican la multitarea y son el pilar que sostiene a la familia. La pandemia ha sacudido su bienestar emocional, económico y físico. Como transformadoras o vendedoras, se basan principalmente en su capital social para poder acceder al pescado. En las cadenas de suministro de pescado, jerarquizadas y con acento femenino, las mujeres como la señora Olorode no pasan apuros, a diferencia de otras pescaderas en los niveles más bajos del escalafón. Los operadores convencionales dependen del transporte por carretera, que es deficiente y no satisface como es debido las necesidades de la gente. Durante el confinamiento circulaban menos vehículos de transporte comercial, y los que podían circular lo hacían por debajo de sus capacidades, debido a las directrices gubernamentales de mantener la distancia social de dos metros. Por ello subió el precio del transporte, y consecuentemente el del pescado. Los transportistas y distribuidores, sobre todo los interestatales, sufrían frecuente acoso por el exceso de celo de las autoridades de control.
Dentro del hogar, las mujeres soportan la carga doble de ser cuidadoras y esposas. Si los niños no van a la escuela, necesitan más atención. La mujer se preocupa más de la seguridad alimentaria, al tiempo que realiza numerosas tareas domésticas. Si el acceso al pescado no es demasiado grave, sí lo es la falta de acceso a otros alimentos básicos a causa del escaso poder adquisitivo. La excepción a la regla fueron las familias de la pesca que también practican la agricultura para complementar su acceso directo o indirecto a los alimentos.
Vivir al día
Las más afectadas son las vendedoras de los escalones más bajos. Antes de la pandemia, estas mujeres y sus familias vivían al día, de unos magros ingresos que no les permiten ahorrar. Son las más vulnerables y a menudo sufren la violencia en sus hogares.
Para responder a esos aprietos económicos, el gobierno federal lanzó varias medidas de asistencia. Ante el telón de fondo de unos 90 millones de indigentes, es lógico pensar que solo unos pocos podrán beneficiar de la distribución de lotes de alimentos o ayudas en efectivo. La mayor parte de los operadores del sector informal no tiene cuenta bancaria ni cumple otros requisitos necesarios para acceder a los créditos para familias vulnerables. Es más, el decreto de estímulos económicos de emergencia no tiene disposiciones para los profesionales autónomos o empleados del sector informal. Aunque se aplicase correctamente, quedarían excluidos los pequeños pescadores, ya que no constan en la nómina de contribuyentes fiscales, así que perderán sus medios de sustento si la pandemia se prolonga.
En cuanto a las ayudas de los estados, se concedieron créditos blandos para cultivar mandioca y plátano a pescadores a tiempo parcial durante la temporada de siembra, coincidente con el brote de COVID-19. Aunque estas medidas se destinaban a prevenir el acaparamiento de alimentos y permitir así un mejor acceso a los mismos durante el período de restricciones, los mercados temporales creados dieron una salida alternativa a los productos de los agricultores y pescadores. Las cooperativas, en el mejor de los casos, solo pudieron repartir entre sus miembros unos escasos fondos previamente ahorrados. Al comienzo del confinamiento, fueron facultadas para expedir documentos de identidad a sus miembros y permitirles así la libre circulación de sus mercancías.
Pa Ashade y Temi insisten en que el sector necesita mayor apoyo gubernamental a todos los niveles. Pa Ashade dice que tanto los hombres como las mujeres de la PPE han sufrido por la pandemia. Llevado por la nostalgia, evoca los años ochenta como los mejores para la PPE, los años en los que el gobierno federal llevó a cabo varios proyectos con la asistencia técnica del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Estas instituciones permitieron mejorar las pesquerías en zonas rurales y las condiciones de vida de los pescadores. El gobierno del estado de Lagos dio apoyo a los hombres y mujeres del sector.
Temi es optimista, piensa que el negocio de la pesca se va a recuperar después de la pandemia. La gustaría que el gobierno federal se interesase por empoderar al sector, dotándolo de equipamientos modernos, acceso a inversiones y contactos con los mercados internacionales. Quiere que las organizaciones de la pesca se involucren más y tomen la iniciativa, a fin de proteger los intereses de sus miembros y del mercado frente a problemas imprevistos.
A medida que avanza la desescalada, la vuelta a la normalidad será lenta, ya que la pandemia sigue estando ahí. El futuro de la PPE para la situación pospandemia depende de cómo se las vaya arreglando el sector. No queda sino confiar en que el aguante de las mujeres y los hombres de la pesca les permita mantenerse a flote en este turbulento período.
Construcción de un bote de pesca en la comunidad de Ikosi-Agbowa, Lagos. Los pescadores y transformadores de pescado de pequeña escala siguen trabajando durante la pandemia, pero con menos ingresos y menos beneficios, ya que han perdido clientela.
Elaboración del pescado en la comunidad pesquera de Ikosi-Agbowa, Lagos. Ni los pescadores ni los transformadores pueden almacenar sus productos a largo plazo y dependen de los comerciantes que vienen de lejos.
La PPE ofrece una rica fuente accesible y barata de proteínas y micronutrientes esenciales a la población rural.
La mujer se preocupa más de la seguridad alimentaria, al tiempo que realiza numerosas tareas domésticas.
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https://www.plaas.org.za/african-small-scale-fisheries-in-the-time-of-covid-19-a-nigerian-perspective/
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